‘Mariano, no puedo consentir que Rosa haga el paseíllo’

Mariano Rajoy nunca pronuncia el nombre de Luis Bárcenas, pero ha mantenido con él hasta hace unos meses contactos telefónicos e intercambio de SMS, algunos tan crispados y desafiantes que nos pueden llevar a sospechar que el presidente del Gobierno y el tesorero se protegían en una especie de apadrinamiento recíproco. Eso me quedo pensando cuando Rosa Iglesias sale de la estancia, después de que hayamos comido una deliciosa lubina con salsa y un postre de chocolate.

A las 10 de la noche del día 16 de mayo de 2012, víspera de la comparecencia de Rosa en la Audiencia Nacional, Luis Bárcenas, fuera de sí, en un ataque de impotencia y rabia, marcó el número de móvil de Mariano Rajoy, presidente del Gobierno, para decirle: «Mariano, no puedo consentir que dejéis a Rosa tirada entre la gente que insulta y los periodistas haciendo el paseíllo en la Audiencia Nacional».

Bárcenas estaba indignado porque todas las gestiones a través de su intermediario habitual habían chocado en la rigidez de Gallardón. «No se puede hacer nada», le acababan de decir.

Para el ex tesorero eso era inaceptable. Rajoy le escuchó impávido, aguantó el chorreo y vino a decirle que pronto tendría noticias. A los 10 minutos sonó el teléfono. Era un alto mando policial con instrucciones precisas. «Ya está arreglado», le dijo Bárcenasa su esposa.

Al día siguiente, Rosa entró y salió por el garaje al tribunal, sin el disfraz de Diana cazadora, ni gafas oscuras, consiguiendo gracias al presidente del Gobierno y al ministro del Interior un privilegio que hasta entonces no habían conseguido ni Baltasar Garzón, ni Emilio Botín, ni el yerno del Rey, cuando fueron a declarar a la Audiencia o a los juzgados. Un comisario fue a buscar a Rosa el día señalado mientras su marido acudía en solitario a la cafetería próxima a la Audiencia Nacional en la que habían quedado citados con los abogados Bajo y Trallero, que pagaba el PP. Cuando llegó Rosa, bloquearon los ascensores para que nadie pudiera importunarla. Luego la imputada se negó a declarar, pero, cuando entró, vio que el juez Ruz ya estaba sentado delante de los papeles, muy serio porque no fue informado de la entrada por el garaje, adonde llegó protegida y escoltada por la Policía. EL MUNDO criticó con dureza el trato de favor, sin imaginar que provenía del propio presidente del Gobierno.

Rosa es una mujer de Astorga, fuerte, orgullosa y elegante. Le decían cajita de bombones cuando entró en Alianza Popular en 1983 en el despacho de Jorge Verstrynge. Ella me recuerda 30 años después, mientras almorzamos, que nunca soportó el rebaño, y más cuando el rebaño te puede arrollar. Ese miedo a la gente se conoce como enoclofobia y es lo que impulsó a Luis Bárcenas a levantar la voz al presidente del Gobierno. «Nunca», me dice Rosa, «he podido ir a un concierto donde hubiera aglomeración, la multitud me produce pánico». «Aquella mañana era la primera vez que declaraba. El peor día de mi vida. Me horrorizaba que me sacaran fotos». Luego, aunque no declaró, salió sosegada después de haber logrado esquivar los micrófonos que le provocan ansiedad.

Al principio, el matrimonio Bárcenas pidió con buenas formas que le consiguieran una declaración sin paseíllo, pero Alberto Ruiz-Gallardón siempre decía que no se podía hacer nada y los Bárcenas sospechan que, sin embargo, sí ha hecho muchas cosas y que está su larga mano en el encarcelamiento prematuro después del montaje de la cena de los rusos.

Ahora Rosa, que tiene una infección de oído, ha tenido que ponerse al frente del rancho. Antes ni siquiera tenía la llave del buzón; en estos días ha visto cuentas y referencias de banco, que apenas entiende. Cuando se pierde en la oscuridad del ascensor me pregunto si Mariano Rajoy actuó por gentileza, para ayudar a una amiga con fobias o en realidad temía la reacción del matrimonio que tiene en su poder cosas tenebrosas. ¿Sospechaba y sospecha que existen discos, vídeos, recibís y otras cosas que pueden corroborar la financiación ilegal del partido que gobierna?